Los barrios bajos de la capital, iluminados solo por luz artificial, repletos de basura, charcos de agua sucia y orines, locales de mala reputación; guarida de vagabundos, drogadictos y delincuentes y demás seres nefastos; quienes parecen haber olvidado la noche eterna que se sume sobre ellos en forma de rascacielos inescrutables y esmog de industrias clandestinas que pululan y alimentan a toda la superficie; son el hogar de Edduard.
Él se dedica a un negocio muy rentable pero, a la vez, riesgoso; y no porque la autoridad esté preocupada en perseguir a quienes distribuyen droga en los barrios bajos, sino por la competencia.
Hace solo unos días asesinaron a uno de sus amigos. Lo conoció por años y más de una vez éste le salvo el pellejo de la policía y también de otras bandas… Son cosas que pasan. A la semana pierde algún colega. ¿Cuándo le tocará?… Tarde o temprano.
No importa. No le teme a la muerte. Al entrar en el negocio con Las Sanguijuelas Genocidas, le explicaron todo; le hicieron entender que tenía solo dos posibilidades en la vida: sacarse la mierda para vivir de forma prolongada pero miserablemente en los barrios bajos, o arriesgar la vida con tal de gozarla, de tener en poco tiempo lo que no tendría ni cuando fuese anciano.
Aun así, no esperó vivir todo lo que vive; las cosas suceden más rápido de lo que se imaginaba… también duerme menos, pero eso no le importa. Le gusta lo que vive. Es más de lo que esperó y se siente emocionado. Ya llegó a su décimo asesinato. Todo un logro en las calles.
Suena su comunicador. Lo despierta.
—¿Sí?
—La banda se está juntando. Las Calaveras vienen.
Las putas Calaveras de Hierro, una de las bandas fronterizas con la que casi todos los días tienen escaramuzas, y la más poderosa de todo ese sector de los barrios bajos.
—… Ya voy.
La información siempre llega a tiempo. Hay ojos y oídos por todas partes y los drogatas sueltan la lengua por una bolsa de ácido; así luego les cueste la vida.
Edduard, desnudo sobre su cama, termina de desperezarse y se levanta.
—Guardar cama – dice aún somnoliento.
Una habitación de dos por dos no es demasiado, pero es más de lo que muchos tienen. La pared se abre y el catre empieza guardarse dentro. Tiene el espacio suficiente para lo que necesita. Luego conseguirá algo mejor, ya tiene el dinero, pero no saldrá de su territorio.
Se dirige al armario y éste se abre automáticamente. Se vestirá con el enterizo de la banda: Necesitará comodidad. Toma el sintetizador del enterizo y lo oprime… Listo. Toma también el subfusil, la pistola y el cuchillo de plasma…
No hay tiempo que perder lavándose la cara ni orinando. Luego de la pelea habrá tiempo para mearles la cara a los enemigos heridos antes de ejecutarlos.
Llega al bar de Loky, donde la banda siempre se reúne, en el centro mismo de su territorio.
—Parece que vienen con todo. La policía no se meterá, ya está tranzado —dice Julián Rodriguez, jefe de la banda, una vez la mayoría está presente.
Un poco de dinero basta para comprar favores y conseguir “amigos”. Muy pocas veces la policía interviene en los barrios bajos; solo cuando se realiza algún operativo de rutina para tener contentos a los que viven arriba o cuando algunos oficiales corruptos quieren parte de las ganancias del mes.
Pero la policía es lo de menos, esta vez las Calaveras vienen a borrarlos del mapa… Tiene sentido, hace unos días las Sanguijuelas les mataron a uno de sus líderes; un equipo de guerra entró a su territorio y masacraron a los soldados. Una respuesta inmediata era lo lógico, y está sucediendo. ¿Qué esperaba Julián al mandar a ese equipo? ¿Quería empezar una guerra contra la banda más poderosa de la zona?… Pues la empezó.
Las calaveras tendrán un solo lugar al que llegar. Los casi doscientos soldados que conforman a las Sanguijuelas sincronizan sus comunicadores y entran a uno de los gigantescos bloques fronterizos. Piden a los vecinos cerrar y trancar sus puertas, y toman posiciones. Se cubren tras los restos de vehículos oxidados, tras los pequeños muros y gigantescas columnas de duro metal que se elevan casi hasta el infinito, y las bancas y adornos del mismo material irrompible, que debieron servir para mejorar la calidad de vida en los barrios bajos…
A lo largo de todo el territorio, los demás bloques cierran sus inexpugnables puertas, preparadas para resistir tormentas solares. Solo queda esperar; ellos sabrán a dónde dirigirse: hay ojos y oídos para todos.
—Ahí vienen. Preparados —dice Julián a través del comunicador.
Edduard acaricia su subfusil. Tendrán que entrar al bloque por la única gran puerta que dejaron abierta.
La inmensa explanada del bloque, repleta de Sanguijuelas ansiosas, con sus cuatro enormes escaleras que llevan hacia todos los pisos que conforman ese condominio, totalmente separado del resto de la interminable torre que tiene encima, se encuentra en completo silencio.
Todos están tensos. Las Calaveras los superan en número.
A Edduard le resbalan gotas de sudor frío por la frente. Nunca ha estado en una batalla tan grande. Una cosa es chocar con los enemigos en las fronteras y luego salir corriendo… En los meses que lleva con las Sanguijuelas, nunca ha pasado de eso. Es más, se impresionó al enterarse que un equipo de guerra de siete soldados había entrado al territorio de las calaveras para matar a uno de sus generales.
¿Qué sentido tenía empezar una guerra contra un enemigo que podría aplastarlos?… Es irrelevante, Julián manda y las Sanguijuelas obedecen; así funciona y hasta que Julián muera nadie cambiará eso.
Un vehículo negro de las Calaveras de Hierro entra volando a toda velocidad. Sus soldados que sacan la mitad de sus cuerpos por las ventanas empiezan a disparar rayos y granadas de sus pesados rifles. Las Sanguijuelas responden al fuego. Otro vehículo de las Calaveras entra detrás y luego otro y otro y dan vueltas alrededor de la explanada mientras disparan con todo lo que tienen. Su infantería empieza a entrar por la puerta.
Edduard tiene a una calavera en la mira. Dispara y le abre tres agujeros en el tórax… Pero son demasiados y están mejor armados; llevan artillería pesada. Las Sanguijuelas empiezan a retroceder muchos suben por las escaleras buscando mejores posiciones para repeler el ataque. Más vehículos de las calaveras entran por la gigantesca puerta. Un misil impacta a uno de los vehículos y éste se estrella dejando una estela de fuego y destrucción mientras se arrastra.
De pronto, de uno de los pisos del bloque salen volando dos vehículos de las Sanguijuelas, para dar caza a las naves enemigas. El vehículo de las Calaveras que se había estrellado explota. Aparecen más refuerzos de las Sanguijuelas: Uno tras otro, salen volando vehículos de los distintos pisos del condominio.
Edduard corre desesperado hacia las escaleras. A pesar de los refuerzos, avance de las Calaveras parece indetenible.
Una tras otra, las Sanguijuelas caen durante el repliegue. Una nave de las calaveras impacta a una de las sanguijuelas y estallan en una amalgama de fuego y esquirlas que hiere a soldados de ambos bandos.
Edduard Logra llegar hasta el segundo piso del bloque, desde donde Julián dirige la defensa de su territorio.
Ahí está él, cubierto tras una barrera de energía, inmutable, como si no importara cuántos de sus soldados mueran con tal de terminar con el enemigo… Debe tener un plan. No podría estar tan tranquilo si no lo tuviera. Podría cerrar el bloque y enfrentarse tan solo a las Calaveras que están dentro. Pero no, hay algo en su mirada que le indica a Edduard que su jefe lo que quiere es terminar por completo con el enemigo, además, el momento de dar esa orden ya pasó.
—Aguanten. No podemos perder el segundo nivel —dice a través de los comunicadores.
No resulta fácil. Las Calaveras avanzan raudas, indetenibles, cociendo a tiros a las Sanguijuelas que intentan detener su arremetida… Empiezan a subir por las escaleras.
—¡Ya! —vocifera Julián. Confundiendo por un momento a sus tropas.
Solo sus generales son conscientes de lo que sucede. Decenas de explosivos destrozan a los soldados enemigos y también unas tantas Sanguijuelas sobre las escaleras. Por un instante todo es confusión. Los disparos cesan. Se escuchan gritos de dolor y súplicas de auxilio. Los cuerpos seccionados caen por todo lo ancho de la explanada. Solo los vehículos continúan en movimiento, esquivándose los unos a los otros. Pero pronto, el infierno retorna.
Edduard se espabila y vuelve a disparar cubierto tras el pequeño muro que lo separa del vacío. Ve claramente cómo decenas de Calaveras siguen entrando por la gran puerta que no se cierra. ¿Qué espera Julián? En pocos minutos doblegarán por completo sus defensas y estarán perdidos… ¿Qué espera?…
Se escuchan explosiones fuera del bloque. ¿Qué sucede? ¿Refuerzos? Edduard no lo cree, todos los soldados de las Sanguijuelas están luchando en el bloque, y si no, por lo menos la mayoría… un puñado de tropas no podría hacer la diferencia. Pero la nave verde, típica de las Serpientes, seguida por otra roja, color característico de los Zorros Hambrientos, lo hace comprender todo de inmediato.
Una alianza. Una alianza de los pequeños para derrotar al grande.
Decenas de soldados vestidos con enterizos de distintos colores entran disparando a las Calaveras que responden como pueden el ataque por ambos frentes.
Todo termina en cuestión de minutos. La sorpresa vence con facilidad a la banda más poderosa de los barrios bajos. La sorpresa y la unión de los pequeños que, como un puño, golpea mortalmente al enemigo, cambiando las condiciones de lo que sucede y sucederá.
—Hermano —Julián toma del hombro al líder de las Serpientes—, hermano —y ahora al líder de los Zorros, y pasa la mano hacia el jefe de los Robles Torcidos— … Hermanos… Hoy logramos algo importante. Hoy decidimos nuestro destino y vencimos. Toda esta sección nos pertenece y si sabemos sacarle provecho seremos aún más poderosos y podremos avanzar hacia los territorios de los Carmines y los Mongoles. El universo es el límite si nos mantenemos firmes y sólidos como un puño. Gracias al Zorro Miguel tenemos esto; él tuvo la visión…
Tropas de todos los bandos están presentes. Las Sanguijuelas son las más golpeadas: perdieron casi la mitad de sus soldados y unos veinte están heridos de gravedad. Pero eso es nada ante el fin conseguido; y todo se mantuvo en estricto secreto. Edduard nunca se hubiese imaginado una alianza con quienes por años se enfrentaron, pero si algo le ha enseñado la vida, es que en temas de poder y de créditos, nada es definitivo.
Ya antes había escuchado hablar del Zorro Miguel, líder de los Zorros Hambrientos, asesino inmisericorde que según contaban ya llevaba casi un centenar de ejecuciones y muchos más asesinatos en enfrentamientos. Alguien en quien no confiar… al igual que todos los reunidos en la explanada del bloque, indiferentes ante los cadáveres sanguinolentos y restos de cuerpos que los rodean.
—Gracias, Julián —responde el Zorro—. Sé que al principio te fue complicado entender por qué te busqué; pero ya viste los resultados. Y es que la respuesta siempre la tuvimos en frente, solo había que tomarse el tiempo de verla. Las Calaveras cometieron el error de confiarse. Es un error común… Incluso tú, Julián, has cometido ese error… Solo puede haber una cabeza y… conversando con todos creemos que… —el Zorro desenfunda su pistola laser y destroza de un tiro el rostro, perplejo y desencajado, de Julián— esto debe quedar entre los “pequeños”… Bueno —dice dirigiéndose a las Sanguijuelas huérfanas—, depende de ustedes. Suman o se restan.
Edduard, así como las demás Sanguijuelas, sin pensarlo demasiado, deja caer su arma y responde que sumará.